martes, 16 de octubre de 2007

EL HABLA DE LOS PERSONAJES



Los diálogos son una pieza importante en mis novelas. Por un lado permiten que la trama avance sin tener que emplear páginas de explicaciones que podrían ralentizar la lectura, y por otro dan a conocer la personalidad y pensamientos de los personajes; además de la mejor manera: por ellos mismos. Mientras pergeñaba a los protagonistas también comencé a definir su forma de hablar. Fueron dos los que me plantearon más dudas: Simplicio Expósito, el Palabras; e Isabel, la Porteña. Él por el constante uso de arcaísmos y ella por las expresiones en lunfardo y los giros típicos que emplean los argentinos. En ambos casos temí que el texto se viera lastrado por respetar la prosodia de mis personajes. En cuanto a la jerigonza que utiliza Palabras no quise recurrir a notas a pie de página para explicar el significado — me resultan farragosas cuando leo una novela— y opté por dejar que otro personaje aclarase las expresiones o por entregarlas a la imaginación del lector. Con la Porteña todo fue sencillo, ya que seguí la sugerencia de mi editora cuyo parecer era favorable a los argentinismos. Otro de los personajes, apenas esbozado, entremezcla con el castellano expresiones en catalán, que dosifiqué con cuidado ya que ése recurso sólo era para dotar de franqueza a la figura de Eudald.
El lenguaje de los militares que aparecen en Algún día bascula entre lo soez del idioma cuartelero y las expresiones rudas y desabridas, aunque no groseras, del militar de alto rango. Un ejemplo de lo anterior es el capítulo quinto, en el que los generales conspiradores emplean un tono educado durante una comida. Con él pretendí que las cuestiones sobre las que tratan y las decisiones que toman, de dudosa honradez aunque innegable oportunidad, estuvieran recamadas por el cinismo necesario para que lo inmoral se diluya en lo banal, y provoque en el lector confusión o inquietud si establece comparaciones. De todas formas, siempre intento que hasta lo trivial deje traslucir intención, sin renunciar, por eso, a un lenguaje grosero si la personalidad del protagonista así lo requiere.
En el caso de los personajes históricos más conocidos no pretendo realizar un calco de ellos, aunque sí reflejar los rasgos que me resultan importantes y ayudan a la trama de la novela; no obstante, siempre respeto su trayectoria o la imagen que ha trascendido: las escenas en las que interviene Alfonso XIII son un ejemplo.
En algunas ocasiones trabajo los diálogos de forma independiente con respecto a la narrativa, imponiéndome tres condiciones a la hora de elaborarlos: facilitar que los lectores hagan empatía con el protagonista, dinamismo y que no distancien del argumento. De todas formas, también persigo manejar el ritmo de la historia a mi conveniencia; pero siempre lo hago con un pensamiento: el lector.


Foto: Reclutas de Barbastro en el Rif (1923).